Vuelve la lluvia sutil a mi ventana mientras leo la prensa en internet. Vuelve triste. Parece susurrarme. Sus lágrimas de niña que se queda sin golosina en una feria, me enternecen. Sus lágrimas salpican los cristales de la meditación, tras los que nos paramos alguna vez a buscar salida a nuestras preocupaciones. Sin velero, los charcos de la acera son nuestro mar a la isla del asueto; los trasnochados paraguas negros, el refugio de las arrogancias ajenas y las luces urbanas de media tarde, la iluminación de la sala vacía de los sentimientos. Yo, elijo distraerme con el paso de las mortecinas nubes tras leer el destino de la condenada Teresa Lewis. La vida pasa para no volver. Sigue lloviendo.