El título de nuestro post de hoy no es otro que un verso hermosísimo de nuestro poeta Francisco de Quevedo, quien lo mencionaba en uno de sus sonetos como reflexión de la deseada hora de estudio, disuasiva de una vida banal, donde los libros se habían convertido en sus fieles compañeros de viaje, sobre todo, cuando innumerables artistas dejaron su testimonio e interpretación de la vida, como ejemplo para entender la nuestra, nuestra ruta, nuestro destino. Y es que hoy dos de noviembre, festividad de Fieles Difuntos, qué mejor momento para recordar a todos esos seres queridos, y también desconocidos (admirados o no), que se han sucedido a lo largo de nuestra vida y nos han dejado algún retazo importante en nuestra memoria, en nuestra alma hacia ese destino.
Desde la torre
Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.
Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.
Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años, vengadora,
libra, ¡oh, gran don Iosef!, docta la emprenta.
En fuga irrevocable hoye la hora;
pero aquélla el mejor cálculo cuenta
que en la lección y estudios nos mejora.
Francisco de Quevedo (1580-1645)
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