ROMERÍA DE VALME

La Virgen en su carreta hacia la Ermita de Cuarto en Bellavista

ROMERÍA DE VALME

Cortejo de carretas acompañando a la Protectora de Dos Hermanas

ROMERÍA DE VALME

Estampa de la Romería de Valme de 1959

ROMERÍA DE VALME

Francisco Jiménez ultima con nardos la Carreta de la Virgen

ROMERÍA DE VALME

Francisco J. Sánchez exornando su carreta

sábado, 13 de noviembre de 2010

Filología para todos: la ye

A Manuel J., gran amigo y filólogo

Sede de la Real Academia Española en Madrid
Durante estos días, muchas personas me han preguntado si tienen sentido las modificaciones ortográficas que la Real Academia Española quiere aprobar. No soy tal vez la persona más adecuada y ducha en la materia como para responder aunque puedo dar una opinión al respecto. La verdad es que estas modificaciones son poco relevantes ya que no repercuten en nuevas adaptaciones, significativas para el uso de nuestra lengua.  De todos los futuros y posibles cambios, que deben ratificarse el próximo día 28 de noviembre, el más llamativo para mis perplejos conocidos es la alteración en la denominación de “i griega” por “ye”. Las opiniones son varias y cuando menos disparatadas. Mientras que para algunos, la denominación de nuestra y les recuerda a la moda yeyé, es decir, una renovación “bonita, guay, chula o guapa” (según la generación opinante), para otros es un sinsentido e incluso un insultante cambio  (vean si no estos comentarios a la noticia) pero, al final, todos coinciden en cuestionarse “¿por qué ahora?”. Según Salvador Gutiérrez Ordóñez, catedrático de Lingüística General de la Universidad de León y coordinador de la nueva Ortografía, justifica la necesidad que existía por regularizar el nombre de ciertas consonantes que, en países hispanohablantes, eran reconocidas de manera distinta. Aparte de la controvertida “ye” a la b se le llama “be alta”, “be larga” y “be”; la v es, según los países, “be baja” “be corta” o “uve”; a la w “uve doble”  pero también “ve doble” o “doble ve” y a la z, le dicen “zeta”, “ceta”, “ceda” o “zeda”.
Para la ye la historia viene de largo. El yeísmo es, quizá, la palabra derivada más directa y conocida pero ¿en qué consiste este fenómeno? ¿Por qué se le denominaba “i griega”? ¿Por qué aparentemente coinciden las pronunciaciones de las palabras lluvia o yugo o en gallo y en rayo si tienen distintas grafías? Aún incluso, podría alguien avispado lanzar la siguiente extravagante posibilidad: en ese afán que tiene la Academia de reducir el alfabeto de 29 a 27 letras ¿debería reducirse la ye a elle o al contrario? Las respuestas pueden ser extensas, propias de un tratado filológico de fonética y fonología histórica. Intentaremos resumir y ser ilustrativos con la materia. Vayamos por partes.
En primer lugar, el origen de la denominación “i griega” podríamos simplificarlo de la siguiente manera: sobre el siglo II con la conquista de Grecia, los romanos introdujeron la grafía y en el alfabeto latino para representar aquellas palabras que tuvieran presente la letra griega ípsilon representada por u. A pesar de lo que piensa mucha gente, la lengua griega no desapareció en esta época sino que convivió con el latín, Roma adaptó el alfabeto griego al latino para facilitar su conocimiento y posterior estudio por parte de muchas familias patricias.
En segundo lugar, tenemos que distinguir la grafía del sonido real. Por ejemplo, aunque escribamos s en silla o vaso muchos hablantes pronuncian cilla o vazo. Es decir, no hay una correspondencia exacta entre la letra escrita y su pronunciación final. En todo esto, deberíamos citar evoluciones y realizaciones lingüísticas propias de ciertas zonas de la Península y de América. En ese caso, la escritura de y puede responder a la pronunciación de los diptongos como semiconsonante (cuando i, u están ante a, e, o) en hierba y fuego o como semivocal (a, e, o anteceden a i, u) en aire y aceite, por ejemplo, y en los finales como hoy, soy, voy, buey o rey; y también como sonido palatal (no nos asustemos con este término ya que se usa para identificar al sonido que se reproduce en el paladar o cielo de la boca gracias a la lengua) como en yeso que muchos hablantes yeístas, pronuncian de manera sonora y que, en ocasiones, hay una vibración notable de las cuerdas vocales, fenómeno que se conoce como rehilamiento y que es característico de hablantes de Argentina y Uruguay, entre otros países y regiones. El yeísmo, por tanto, como dice el Diccionario de la lengua española, es la “pronunciación de ll con el sonido consonántico, palatal, fricativo y sonoro de y; p. ej., gayina, por gallina; poyo, por pollo” estando así el yeísmo muy extendido en el mundo hispánico.
En tercer lugar, cuando nos referimos a los sonidos parecidos de ye y elle, con la escritura en y y ll, en palabras como gallo y rayo, debemos matizar varios aspectos sin olvidarnos de la distinción entre grafía y sonido y que ambos sonidos son palatales. Por un lado, no todas las personas pronuncian igual estas palabras ya que, como hemos dicho anteriormente, habrá hablantes yeístas (en general), y otros, que pronunciarán estas palabras de distinta forma. Por otro lado, la escritura de y y ll depende de la evolución histórica que han tenido ciertas palabras.
Por ejemplo, la grafía ll proviene de la doble l latina intervocálica que luego se palatalizó como en la palabra gallo de gallus que se pronunciaba así: gal-lus; caballo de caballus (ca-bal-lus) o castillo de castellum (cas-tel-lum), también de palabras latinas que empezaban con cl-, pl- y fl-, sirvan los casos, de llave de clavis, lleno de plenus o llama de flamma. Con la grafía y, tendríamos una situación parecida, entre muchas situaciones podemos hablar de aquellas palabras que tenían un diptongo particular, procedente del hiato latino, que junto con consonantes como b, d y g hizo que en algunas palabras palatalizaran como en playa de plagia o rayar de radiare o palabras como yacer de iacere o yugo de iugum. Por lo tanto, se deduce la dificultad de confluir ambas grafías en una sola ya que por cuestiones etimológicas no sería lo adecuado.
Sin más, espero que les haya servido a todos aquellos que tenían ciertas dudas al respecto y que mis compañeros y amigos filólogos no me acusen de simplista, soy consciente de mi parquedad en varios asuntos, pero creo en un filología sencilla, sin complicaciones para acercarla a la gente.

Bibliografía de apoyo:
LÓPEZ GARCÍA, Ángel. Cómo surgió el español: Introducción a la sintaxis histórica del español antiguo. 1ª ed. Madrid: Gredos, 2000. 235 p.
LAPESA, Rafael. Historia de la lengua española. Ménendez Pidal, Ramón (prol.). 9ª ed. Madrid: Gredos, 1981. 671 p. Biblioteca Románica Hispánica. Manuales 45
MENÉNDEZ PIDAL, Ramón. Manual de gramática histórica española. 1ª ed. Madrid: Espasa-Calpe, 1999. 368 p.

martes, 2 de noviembre de 2010

Las grandes almas que la muerte ausenta

El título de nuestro post de hoy no es otro que un verso hermosísimo de nuestro poeta Francisco de Quevedo, quien lo mencionaba en uno de sus sonetos como reflexión de la deseada hora de estudio, disuasiva de una vida banal, donde los libros se habían convertido en sus fieles compañeros de viaje, sobre todo, cuando innumerables artistas dejaron su testimonio e interpretación de la vida, como ejemplo para entender la nuestra, nuestra ruta, nuestro destino. Y es que hoy dos de noviembre, festividad de Fieles Difuntos, qué mejor momento para recordar a todos esos seres queridos, y también desconocidos (admirados o no), que se han sucedido a lo largo de nuestra vida y nos han dejado algún retazo importante en nuestra memoria, en nuestra alma hacia ese destino.

Desde la torre
 
Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.
 
Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.
 
Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años, vengadora,
libra, ¡oh, gran don Iosef!, docta la emprenta.
 
En fuga irrevocable hoye la hora;
pero aquélla el mejor cálculo cuenta
que en la lección y estudios nos mejora.
 
Francisco de Quevedo (1580-1645)