A Manuel J., gran amigo y filólogo
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| Sede de la Real Academia Española en Madrid | 
Para la ye  la historia viene de largo. El yeísmo es, quizá, la palabra derivada  más directa y conocida pero ¿en qué consiste este fenómeno? ¿Por qué se  le denominaba “i griega”? ¿Por qué aparentemente coinciden las  pronunciaciones de las palabras lluvia o yugo o en gallo y en rayo  si tienen distintas grafías? Aún incluso, podría alguien avispado  lanzar la siguiente extravagante posibilidad: en ese afán que tiene la  Academia de reducir el alfabeto de 29 a 27 letras ¿debería reducirse la ye a elle  o al contrario? Las respuestas pueden ser extensas, propias de un  tratado filológico de fonética y fonología histórica. Intentaremos  resumir y ser ilustrativos con la materia. Vayamos por partes. 
En  primer lugar, el origen de la denominación “i griega” podríamos  simplificarlo de la siguiente manera: sobre el siglo II con la conquista  de Grecia, los romanos introdujeron la grafía y en el alfabeto latino para representar aquellas palabras que tuvieran presente la letra griega ípsilon representada por u.  A pesar de lo que piensa mucha gente, la lengua griega no desapareció  en esta época sino que convivió con el latín, Roma adaptó el alfabeto  griego al latino para facilitar su conocimiento y posterior estudio por  parte de muchas familias patricias. 
En segundo lugar, tenemos que distinguir la grafía del sonido real. Por ejemplo, aunque escribamos s en silla o vaso muchos hablantes pronuncian cilla o vazo.  Es decir, no hay una correspondencia exacta entre la letra escrita y su  pronunciación final. En todo esto, deberíamos citar evoluciones y  realizaciones lingüísticas propias de ciertas zonas de la Península y de  América. En ese caso, la escritura de y puede responder a la pronunciación de los diptongos como semiconsonante (cuando i, u están ante a, e, o) en hierba y fuego o como semivocal (a, e, o anteceden a i, u) en aire y aceite, por ejemplo, y en los finales como hoy, soy, voy, buey o rey;  y también como sonido palatal (no nos asustemos con este término ya que  se usa para identificar al sonido que se reproduce en el paladar o  cielo de la boca gracias a la lengua) como en yeso que muchos  hablantes yeístas, pronuncian de manera sonora y que, en ocasiones, hay  una vibración notable de las cuerdas vocales, fenómeno que se conoce  como rehilamiento y que es característico de hablantes de Argentina y  Uruguay, entre otros países y regiones. El yeísmo, por tanto, como dice  el Diccionario de la lengua española, es la “pronunciación de ll con el sonido consonántico, palatal, fricativo y sonoro de y; p. ej., gayina, por gallina; poyo, por pollo” estando así el yeísmo muy extendido en el mundo hispánico.
En tercer lugar, cuando nos referimos a los sonidos parecidos de ye y elle, con la escritura en y y ll, en palabras como gallo y rayo,  debemos matizar varios aspectos sin olvidarnos de la distinción entre  grafía y sonido y que ambos sonidos son palatales. Por un lado, no todas  las personas pronuncian igual estas palabras ya que, como hemos dicho  anteriormente, habrá hablantes yeístas (en general), y otros, que  pronunciarán estas palabras de distinta forma. Por otro lado, la  escritura de y y ll depende de la evolución histórica que han tenido ciertas palabras. 
Por ejemplo, la grafía ll proviene de la doble l latina intervocálica que luego se palatalizó como en la palabra gallo de gallus que se pronunciaba así: gal-lus; caballo de caballus (ca-bal-lus) o castillo de castellum (cas-tel-lum), también de palabras latinas que empezaban con cl-, pl- y fl-, sirvan los casos, de llave de clavis, lleno de plenus o llama de flamma. Con la grafía y,  tendríamos una situación parecida, entre muchas situaciones podemos  hablar de aquellas palabras que tenían un diptongo particular, procedente del hiato latino, que junto con consonantes como b, d y g hizo que en algunas palabras palatalizaran como en playa de plagia o rayar de radiare o palabras como yacer de iacere o yugo de iugum.  Por lo tanto, se deduce la dificultad de confluir ambas grafías en una  sola ya que por cuestiones etimológicas no sería lo adecuado. 
Sin  más, espero que les haya servido a todos aquellos que tenían ciertas  dudas al respecto y que mis compañeros y amigos filólogos no me acusen  de simplista, soy consciente de mi parquedad en varios asuntos, pero  creo en un filología sencilla, sin complicaciones para acercarla a la  gente.
Bibliografía de apoyo:
LÓPEZ GARCÍA, Ángel. Cómo surgió el español: Introducción a la sintaxis histórica del español antiguo. 1ª ed. Madrid: Gredos, 2000. 235 p.
LAPESA, Rafael. Historia de la lengua española. Ménendez Pidal, Ramón (prol.). 9ª ed. Madrid: Gredos, 1981. 671 p. Biblioteca Románica Hispánica. Manuales 45
MENÉNDEZ PIDAL, Ramón. Manual de gramática histórica española. 1ª ed. Madrid: Espasa-Calpe, 1999. 368 p.
Bibliografía de apoyo:
LÓPEZ GARCÍA, Ángel. Cómo surgió el español: Introducción a la sintaxis histórica del español antiguo. 1ª ed. Madrid: Gredos, 2000. 235 p.
LAPESA, Rafael. Historia de la lengua española. Ménendez Pidal, Ramón (prol.). 9ª ed. Madrid: Gredos, 1981. 671 p. Biblioteca Románica Hispánica. Manuales 45
MENÉNDEZ PIDAL, Ramón. Manual de gramática histórica española. 1ª ed. Madrid: Espasa-Calpe, 1999. 368 p.
 
 

 
 
 
 
 
 







 
 
 
 
 
 
