Si tuviera que elegir un sabor de Andalucía, como he preguntado a muchos de mis amigos del feisbú y tuenti, elegiría el del pescaíto frito de Blanco Cerrillo, en Calle José de Velilla. Los boquerones en adobo no ignoran ningún bulbo olfatorio de cualquier paseante. Otro para nada desdeñable sería, al llegar hasta la Avenida de la Constitución, el del Horno San Buenaventura. Aromas que invitan al bocado dulce. Manjar de dioses. Y sin dejar el lado divino e inmaterial, no olvidaría las esencias del "tío del incienso" de la calle Tetuán en esa ruta de olores imposibles. Apetito espiritual. Y es que en pocos metros recorridos, uno casi conoce el perfume de la Sevilla eterna. Uno identifica que siente los sevillanos cuando olfatea el paisaje en determinadas fechas. Si llueve en otoño pues a tierra mojada, los guasones típicos salen a relucir con "¡Agua pá los calvos!". Si clarea el día en primavera pues a azahar, los cofrades abren su corazón al cielo. Si cae la tarde en abril pues a albero azotalado en el Real de la Feria y en la Maestranza, tarde limpia para fiesta y triunfos taurinos.
Dejemos el hocico y el paladar paralizados de momento para conocer cuál fue en su momento uno de los aromas de Sevilla: el del café. Me refiero a los que provenían del Gran Britz por los años 40-50, como local de la cadena Catunambú, situado en la esquina de Tetuán con Rioja, donde hoy se encuentra una conocida franquicia de moda. El aroma del café era tentador junto a otros no menos codiciados. Recordemos que por esa época Catunambú no sólo era una serie de cafés sino también de restaurantes y bares que vendían tapas y platos combinados. El Gran Britz se convirtió en un gran reclamo gastronómico, sobre todo, por las famosas pavías -no quiero ni imaginar su olor- que la gente tomaba con vermú después de la misa de doce en el Santo Ángel, muy cerquita de allí. A ello habría que decir que el Gran Britz, además, fue un punto importante de encuentro de tertulias cofrades y aficionados al fútbol con lo que las anécdotas estarían aseguradas. Una muy curiosa, y desconocida para muchos, surgió en dicho cafetín. Vayamos por partes.
Gran Britz, en la esquina de Tetuán con Rioja. Años 40-50 |
Por aquel entonces, era dueño de la cadena Catunambú el utrerano Juan Vega Torralba nada futbolero pero que tenía de encargados del Britz a dos béticos. Pues bien en ese aire innovador de refinamiento que se imponía con las nuevas cafeterías Catunambú, se decidió que los camareros fueran uniformados con galones en los hombros; verdes para los primeros y rojos para los segundos, los ayudantes. La pasión bética por los colores verdiblancos era obvia. Juan desconocía la pasión futbolística que se escondía tras esos coloridos motivos. La vestimenta no dejaba a nadie indiferente. Incluso a los dos Ramones insignes en la historia del Sevilla C.F., uno apellidado Sánchez-Pizjuán y el otro Encinas, se sorprendían al verlos de esa guisa entre sorbos en el café de postín. Pues bien, en una de esas tarde de animadas charlas sobrevino la sorpresa de Vega, ignorante del mundo del balón, cuando los dos ilustrados sevillistas se marcharon con mala leche -tal vez, del café-, y a regañadientes, por la preferencia del verde en el atuendo de los camareros principales "¡Béticos tenían que ser!", dirían. Juan Vega pronto pasó del asombro a la indignación cuando exclamó: "¡Ahora los cambio todos y los pongo morados como al Señor del Gran Poder!". Así es Sevilla. Hay olores como a café, a incienso y ¡a balón, si hace falta! que la envuelven en un ambiente peculiar propio para visitantes y curiosos de su historia. Por cierto, ¿cuál es tu sabor y olor preferido de Sevilla?