martes, 20 de febrero de 2007

Los febreros eternos ( y II )


Julia Espín

¿Qué debió sentir el joven Gustavo ante los ojos de Julia Espín, su gran musa? Han sido pocos los biógrafos que han destacado la figura de Julia en la vida de Bécquer. Las impresiones, en cambio, de Rafael Montesinos (1) son claras para entender la atracción que tuvo Bécquer hacia las hermanas Espín, y en especial hacia Julia; hermanas, en cualquier caso, emparentadas por vía paterna con Rossini y que conocieron el gusto familiar por las veladas literarias y musicales, veladas que se realizaban en casa de don Joaquín Espín Guillén, notable compositor, que se hizo rodear de personalidades como Gertrudis Gómez de Avellaneda, Gaspár Núñez de Arce, Tamberlick, los Romea, el violinista Jesús Monasterio, Stagno, etc. Todo un elenco de artistas.
Bécquer conocía por referencias estas reuniones pero el amor hacia Julia fue su llave secreta de acceso a este círculo cultural. Todo comenzó en una tarde de otoño de 1858 cuando Bécquer, paseando junto con su amigo Julio Nombela, se fijó en la joven Julia que estaba asomada al balcón de su casa, junto a su hermana Josefina. No despegó su mirada. La imagen de aquella muchacha le cautivó. Su amor fue tímido ya que tardó un año en subir las escaleras de la casa de los Espín y conocer el ambiente familiar y cultural. Parecería bonito pensar en una declaración amorosa en una tarde de febrero aunque, lejos de toda ñoñería, lo cierto es que pudo producirse en otro momento, en otro donde no se conocería las flechas anuales de Cupido, aquél en el que según Julio Nombela "inspiró a Bécquer todas las rimas amatorias". Sirva de ejemplo la "Rima XXIX" donde el amor es llevado a la poesía de la mano de Dante, donde Bécquer y Julia se conocen en la lectura al igual que los inolvidables amantes Paolo y Francesca.
(1) MONTESINOS, Rafael: Bécquer: biografía e imagen, Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2005.

6 retazos compartidos:

Este amor del poeta nacido en la collación de San Lorenzo fue como todo en su vida y en su obra, nostálgico y dulcemente sereno.

Pero en el teatro, por ejemplo, el personaje "sale a la luz" con el vestuario, con la interpretación, sobre el decorado, bajo las luces. En Arte, la máscara revela a la persona, inevitablemente. En la vida, la máscara oculta a la persona, mientras no tengamos rostro, que dice Lewis.

¿Es buena entonces la sinceridad, señor Beades?

No lo digo con acritud ni con malas intenciones, tan sólo le pido su opinión. Gracias

Compruebo ahora que mi comentario tenía que ir en la entrada sobre el Carnaval.
La sinceridad es buena. Otra cosa es que nos pongamos de acuerdo sobre su esencia, y aplicación cotidiana.

Tienes razón, todo es discutible. Aunque pienso que la sinceridad hace acto de ausencia con bastante asiduidad en nuestras vidas. Respecto a Lewis -creo que te refieres al inolvidable cómico Jerry Lewis- y la verdad, debo quitarme el sombrero ante la reflexión que me recuerdas acerca de él cuando dijo: "Cuando dirijo, hago de padre; cuando escribo, hago de hombre; cuando actúo, hago el idiota". Amén.