El otro día leía en el periódico el siguiente titular (casi igual a éste) con cierto asombro: "El calor dispara los niveles de ozono en Sevilla". Llegué a la conclusión de que el calor sofocante de estos días accidenta, también, nuestra naturaleza más etérea e invisible, como en el fenómeno de la evaporación. "Todo por culpa del acaloramiento" diría el más intrépido. Todo es posible. Pero, tal vez, es comparable la situación a que nuestra alma padiecese por amor, por culpa del fuego helado que diría nuestro Quevedo; aunque en nuestro caso, sería más bien del calor proveniente de Etiopía el que arrasaría nuestro ser, la Etiopía del Cuarto Libro de La Arcadia de Lope, originaria de la concepción ptolomeica de la Tierra a la hora de visionar dos inmensas regiones distintas: la Etiopía tórrida y la gélida Scitia, ambas para explicar las razones del amor petrarquesco1. Lejos de esta teoría aburrida y demagógica para el ciudadano de a pie, uno se pregunta quién nos ha explicado el peligro de los niveles de ozono o si debemos colocar algún ozonómetro en nuestras casas para salir sin riesgos de sufrir lipotimias, sudoraciones excesivas o, en casos extremos, visionar espejimos en la ciudad de las llamas. Todo se dificulta si la Sevilla de hoy es la ciudad del asfalto y de mastodónticos proyectos urbanísticos.
Alonso Morgado, sacerdote y vecino de la Sevilla del XVI y autor de una Historia de Sevilla, no entendería estas extrañezas de la naturaleza cuando en el capítulo VIII nos comenta con cariño:
Lo que yo puedo atestiguar con el maestro Juan de Malara es el aire de Sevilla ser caliente y húmedo en primer grado respecto de Córdoba y de los otros lugares de la frontera. Y estar la ciudad en ventisiete grados y medio llegada a la equinocial, seis grados más que Toledo y uno más que Córdoba, de cuya causa es más caliente naturalmente y por otras causas accidentales.
Y que mejor protección, nos afirma Morgado, al verano más caluroso que:
Los muchos jardines con sus encañados revestidos de mil juguetes, de jazmines, rosales, cidros y naranjos de industria aparrados, que como los mirtos forman también grandes tablas y mesas muy llanas, con todas las variedades de rosas y flores que se dan en Sevilla todo el discurso del año.
Pero si hay algo de encanto en esa Sevilla del recuerdo es la instantánea de los frescos patios ajardinados:
Los patios de las casas (que casi en todas las hay) tienen los suelos de ladrillo raspados. Y entre la gente más curiosa, de azulejos con sus pilares mármol. Ponen gran cuidado en lavarlos y tenerlos siempre muy limpios que con esto y con las velas que les ponen por lo alto, no hay entrarles el sol ni el calor en verano, mayormente por el regalo y frescor de las muchas fuentes de pie de agua de los Caños de Carmona que hay por muchas de las casas en el medio de sus patios.
Ciertamente, hoy el calor y el ozono nos podrá vencer y arrebatar imágenes del ayer pero siempre nos quedará un deseo vago, el susurro interior de un...
Quisiera descansar mis sueños de verano
bajo la alta y umbrosa parra
de un patio sevillano
1(Artículo interesante de Alberto Blecua: "Cifras y letras I", Anuario Lope de Vega, Barcelona, 1997, nº 3, pp. 199-210)