martes, 26 de diciembre de 2006

Caminante, son tus huellas el camino


Otro año más y otro nuevo viaje emprendemos, querido lector. La memoria y nuestros pasos nos llevan siempre por el camino de lo desconocido. O bien uno se arma de valor o se rinde cuando al echar la vista atrás, recordamos quiénes fuimos y cuántos nos acompañaron, hoy a nuestro lado o, tal vez, ausentes. Somos distintos y, en cambio, compartimos la misma sensación como peregrinos de una larga senda. Esto mismo, querido lector, han compartido los poetas desde tiempos inmemorables. Nunca me gustó calificarlo de tema recurrente, como último y aislado recurso expresivo que posee el poeta sino, más bien, de ese homo viator que se llega a sentir, proveniente de una larga tradición religiosa. Todo ser humano expresa y acerca sus sentimientos a cuantos les rodean; sin embargo, los grandes poetas saben compartirlos incluso cuando existen siglos que les separan. Son varios los ejemplos.
Jorge Manrique decía en su inolvidable "Copla V":
Este mundo es el camino
para el otro qu'es morada
sin pesar
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nascemos,
andamos mientra vivimos,
e llegamos
al tiempo que feneçemos;
assí que, cuando morimos,
descansamos.
Bécquer dejó en varias de sus Rimas -como la LXVI y LX- la visión del caminante desconcertado, cuando nos declara:
LXVI
¿De dónde vengo?... El más horrible y áspero
de los senderos busca;
las huellas de unos pies ensangrentados
sobre la roca dura,
los despojos de un alma hecha jirones
en las zarzas agudas,
te dirán el camino que conduce a mi cuna.
¿Adónde voy? El más sombrío y triste
de los páramos cruza,
valle de eternas nieves y de eternas
melancólicas brumas.
En donde esté una piedra solitaria
sin inscripción alguna,
donde habite el olvido,
allí estará mi tumba.
LX
Mi vida es un erial,
flor que toco se deshoja;
que en mi camino fatal
alguien va sembrando el mal
para que yo lo recoja.
Hay que mencionar, al respecto, las insinuaciones en la "Rima II" (v. 17-20): "eso soy yo, que al acaso / cruzo el mundo, sin pensar / de dónde vengo, ni a dónde / mis pasos me llevarán" y también en la "Rima LVI" (v. 1-4): "Hoy como ayer, mañana como hoy, / ¡y siempre igual! / Un cielo gris, un horizonte eterno / y andar…andar".
No menos conmovedoras son las palabras de Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. Machado nos deleita cuando nos dice de su caminar:
Yo voy soñando caminos
de la tarde ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero,
a lo largo del sendero...
(De Soledades, galerías y otros poemas)
O cuando nos describe la imposibilidad de recorrer los caminos del pasado:
Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar,
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en el mar.
(De Soledades, galerías y otros poemas)
Juan Ramón, muy en la línea becqueriana de la Rima LXI, nos escribe para siempre en "El viaje definitivo" (de Poemas agrestes):
... Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando:
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará, nostáljico...
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.
No creamos que son los poetas del pasado los que mantienen esta dialéctica, podemos observarla también en Eloy Sánchez Rosillo en "El viajero" de su obra Maneras de estar solo:
A veces me pregunto qué habría sido de mí
sin los recuerdos que tan celosamente guardo:
aquella callejuela que olía a madera y a fruta
en un húmedo barrio de París,
los árboles dormidos bajo el sol
en una plaza antigua de Florencia,
el órgano que hacía vibrar la catedral de Orvieto
en un amanecer lejano,
la lluvia golpeando en la ventana
de una habitación en la que yo sufrí,
los ojos oscuros que me miraron
en un crepúsculo de no sé dónde...
Cuando la inmediatez de los oficios cotidianos
se filtra hasta mis huesos y me impide
respirar con amor los olores espesos,
fríos, sin luz, de la costumbre,
cierro los ojos, regreso lentamente
a las tierras que en otro tiempo recorrí,
a los lugares en los que el olvido no impuso su silencio.
Acaricio los días que pasaron,
las horas que brillan en la distancia
como ciudades recostadas a la orilla de la noche.
Y pienso con tristeza que fue hermoso andar tantos
caminos,
aunque sepa que ya sólo podré pisarlos
con una pobre ayuda: la memoria.
Recorramos, querido lector, con ellos los caminos que nos quedan.

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